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Por mucho que ahora las cenas se solventen a golpe de bizums, hubo un tiempo, mejor o no, eso ya a gusto de consumidor, en el que invitar era todo un arte; un acto social en el que la gente volcaba todos sus esfuerzos, ya fuese por mantener una cierta apariencia o por el puro
placer hedonista del disfrute y la celebración sin esperar nada a cambio. Antaño, ser anfitrión implicaba algo diferente, un concepto más completo, con todo lo que ello conlleva y sin escatimar en gastos. El o la anfitriona destacaba como figura elegante, una suerte de gerente de club de jazz neoyorquino, un pastor de almas que creaba una experiencia total en la que los invitados no tenían mayor preocupación que elegir entre vino o cava.

No es de extrañar que el diseño clásico fuese acompañado de unos modales clásicos, más refinados y elegantes, que impregnaban absolutamente cualquier aspecto de la vida. Por ese motivo, hemos decidido rescatar la figura de los Eames, para que nos enseñen a ser buenos anfitriones y podamos recuperar aquellas preciosas estampas en las que en una mesa con amigos no faltaba de nada.

Sobre ser un buen anfitrión

A mediados de mayo, decidimos organizar un evento que honrase las míticas cenas en casa de Charles y Ray Eames. Para ellos, el diseño y la arquitectura eran una filosofía de vida; unos parámetros que permeaban todos los aspectos de su existencia, incluyendo la forma en que organizaban y disfrutaban de las comidas. Tanto en el ámbito laboral como en el privado, los Eames hacían gala de una meticulosa atención al detalle y un compromiso con la búsqueda de la perfección, asegurándose de que cada experiencia fuera única y memorable. Ser buenos anfitriones siempre fue fundamental para los Eames. Ya fuera diseñando una silla, planificando una exposición o recibiendo invitados a cenar en la Eames House, para los Eames era crucial tomar nota de cómo conseguir convencer a la gente y, de alguna forma, parte intrínseca de su profesión. Charles Eames encapsuló esta filosofía al afirmar que “el papel del diseñador es el de un buen y considerado anfitrión, anticipando las necesidades de sus invitados” y no podríamos estar más de acuerdo.

En una entrevista con Vitra, Lucia Atwood, nieta de Charles y Ray, recuerda con cariño sus visitas a sus abuelos, tanto en su casa como en la Eames Office. Describe cómo los almuerzos en la oficina se convertían en eventos especiales, con comidas servidas en el pequeño césped exterior. Platos simples pero exquisitos, como sopas, pechugas de pollo en rodajas, pescado y ensaladas frescas, que se presentaban con esmero. De hecho, la Eames House, preservada por la Eames Foundation, contiene todavía el libro de cocina «Viennese Cooking» de O. y A. Hess, que incluye recetas frecuentemente usadas por los Eames. Una de las favoritas era la Schokoladentorte, un pastel de chocolate que Ray había marcado con una nota escrita a mano.

Además, siempre había detalles encantadores, como flores decorando los platos, porque evidentemente, la dedicación de los Eames a la comida no se limitaba a la calidad de los ingredientes, sino que también abarcaba la presentación. Ray Eames transformaba cada mesa en una obra de arte, utilizando flores, platos coloridos y manteles estampados. Según Atwood, «las comidas con Charles y Ray siempre eran deliciosas, bellamente presentadas con toques florales y herbales, ¡y divertidas!»

Resumiendo: las amistades de los Eames podían dar fe de que, en su caso, se cumplía aquello de que quien tiene un amigo, tiene un tesoro.

Autor: Yolanda
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